Ser jinete en mongolia es una maravilla, por un lado crees estar en la inmensidad de la nada pero de cuando en cuando te juntas con otro jinete que para a saludar como si fueras de la familia. Otra cosa que sucede es que cada vez que pasas por un ger salen los niños corriendo a invitarte a su ger, oferta que no se debe rechazar, allí te sacan un té (ataia), queso, mantequilla y tras ver fotos de la familia y recibir un queso a modo de regalo continuas el viaje. La verdad es que tanta generosidad desproporcionada no es fácil de asimilar para esta pobre cabeza occidental y esa sensación de estar en deuda es inevitable.Que bondad habita en la inocencia…